miércoles, 23 de mayo de 2012

EL AQUELARRE


        Mi padre me refirió la historia de Gertrudis Belmonte, nuestra vecina. Me confesó que, si no la había historiado antes, fue para no cometer una negligencia moral. Ahora que ya no estoy en esa casa, ni en ese barrio de pasmosos recuerdos, aquellos cuidados no parecen importar.
    Yo la evoco con un rostro abultadamente fastidioso, con la boca torcida y ojos pequeños detrás de unos gruesos anteojos. Descansaba sobre una ventana que daba a la vereda rosada. Desde ese lugar se abandonaba a su extravío de desprecio; fustigada acaso por nuestros gritos infantiles y por los azarosos golpes de la pelota, la mujer nos ahuyentaba con fervor. Nosotros la imaginábamos una mujer triste y resignada a la soledad, pero estábamos equivocados. Un ejército de gatos se detenían frente a la fachada de su casa, y allí se quedaban para recibir platos de leche, o para el descanso ocioso. En nuestra calle era populosa la presencia de los animales; los encontrábamos bajo los automóviles o recostados en las tapias. A veces, con mis amigos, nos permitíamos ser crueles con ellos; y éramos justicieros y cobardes a la vez. La señora Belmonte deploraba nuestros aspectos juveniles y rebeldía  desbordada y defendía a esos gatos como si fueran hijos propios. No faltaron en la cuadra dispersas trifulcas vecinales, pero la anciana nunca salía de su casa, y se limitaba a arrojarnos injurias desde su ventana.
    Cierta noche mi padre salió a la calle, y encontró a la anciana parada en el medio de su vereda rosada, rodeada de todos los gatos ansiosos. Maullaban sostenidamente, y mi padre imaginó que era el horario de la comida para los animales. Pero la anciana había salido a la vereda para llamarlos. Con un papel arrugado en sus manos temblorosas la señora Belmonte iba dictando nombres, y los gatos entraban en su casa  prolijamente, en la medida de escuchar los suyos, frente a la absorta mirada de mi padre. Cuando nombró al último, el gato que quedaba en la vereda entró, y ella volvió su mirada a mi padre, con aire de desprecio.
    Mi padre me confió que estaba suspendido por el estupor, pero no se privó de indagar el suceso. Caminó cautelosamente hasta la ventana de Belmonte, y miró por las rendijas de la persiana blanca. Vio una reunión numerosa de mujeres mayores, sentadas en círculo y comiendo de pomposas bandejas de canapés y copas de vino.  Hablaban, se reían y discutían ruidosamente. Vio a Gertrudis Belmonte sonriendo y conversando con ademán familiar.

Por: Nacho Alonso

domingo, 6 de mayo de 2012

Crónica de una posesión

Continuo trabajando. Así comienza el capítulo 4:


            -Todo comenzó con una suave voz. Sencillamente, en verdad. Como una radio descompuesta que se enciende de golpe. En un momento no escuchas nada y al siguiente, chtk!, el mundo se ha encendido.
Ocurrió de noche, naturalmente. Recuerdo que tenía ocho años, recién cumplidos. Había tenido una pesadilla y me desperté sobre saltado. Mire en las sombras de mi habitación, como buscando algo, aun sin saber bien que. Entonces me concentre. Había algo que… latía en las sombras de la pared. Aun hoy, muchos años después, me resulta describirlo con palabras. Simplemente mire, como nunca antes había mirado y mis ojos vieron, como nunca jamás lo habían hecho.
Eran… centenares de caras sin rostros. Ojos sin pupilas, bocas sin labios ni dientes. Extremidades que no eran ni brazos, ni piernas. Están todos unos encima del otro. Flotaban como peces que nadaban en un rió infestado de vida. Solo que no necesitaba saber todo lo que aprendería después para saber que en este caso, era un mar infestado de muerte.
Me quede mirándolos fijamente, paralizado por el miedo. Pensando que no me había despertado y que esta, debía ser mi pesadilla. La imagen, sin embargo, era desagradable. Las… criaturas, segaban fluidos por la boca y al contacto con las paredes y el techo. Este mismo liquido, parecía ser el que les permitía deslizarse sigilosamente. La imagen, como se podrán imaginar, no era bonita. Quería despertar ya mismo, así que me pellizque el brazo con tal fuerza que no pude contener mi quejido. Dos cosas terribles pasaron entonces. La primera fue que las criaturas, todas, absolutamente todas, se percataron de que podía verlas. Fue como en esas películas de ciencia ficción donde simulan el detenimiento del tiempo y toda la gente de una calle atestada se detiene en seco, congelándose. Los centenares de criaturas detuvieron su nado cíclico y organizado al mismo tiempo. Los múltiples pares de ojos, aun sin pupilas ni iris, se clavaron en mí. Solo que ninguno de ellos estaba congelado. Todos están… respirando a través de las paredes. Mirándome fija y directamente. La segunda terrible cosa que ocurrió entonces, fue que me di cuenta de que estaba completamente despierto. Cientos de voces comenzaron a reclamarme en un idioma completamente incomprensible. Sin orden, sin piedad y sin descanso me llamaban una y otra vez. Tape mis oídos con fuerza intentando callarlas, pero no hubo caso. Era como si el sonido no entrara por mis oídos (después comprendí que efectivamente, no lo hacia). Las voces se unificaron en una misma pesada cortina de ruido blanco. Una mezcla entre el sonido de la estática y el rezo de los monjes tibetanos. Esto, lejos de alivianar la carga auditiva la hizo más pesada. Se convirtió en una masa que parecía aplastarme contra la cama. Cerré mis ojos. Sentía que la cabeza se me partía. Me retorcí en la cama, gire, di vueltas y patalee frenéticamente. Pero hiciera lo que hiciera, el dolor solo se intensificaba a medida que las voces me aplastaban. En un momento, haciendo un importante esfuerzo, abrí los ojos y pude ver como las sombras, unidas en una sola especie de serpiente o gusano, empujaban la pared frente a mi cama. Era como si lograran estirarla. Como si la misma fuera solo una fina goma que cedía ante la presión del rezo de las sombras. El gusano continuo acercándose hasta estar, ya, muy cerca de mi pálido rostro. Una inmensa boca sin dientes, pero igualmente aterradora, se abrió amenazante a centímetros de mis ojos. Estaba indefenso, entregado. ¿Que podía hacer un niño de ocho años ante una cosa semejante?

....

Continua

martes, 1 de mayo de 2012

La Canción mas vieja del mundo

Un retazo de algo en lo que estoy trabajando, como para mantener viva la actividad por estos lugares...


1


La primera canción, naturalmente, hablaba sobre la luz y la oscuridad. El día y la noche. El bien y el mal. Contaba sobre el origen de las cosas. Solo el comienzo, por supuesto, pues era la primera de muchas canciones por venir. En ese tiempo, el hombre era capaz de escuchar a la canción. Era capaz de entenderla. De aprender de ella. De creer en lo que le contaba y tomar por bueno, aquello de lo que lo aconsejaba alejarse. Si, en aquel tiempo el hombre era más sabio.
Pero conforme fue pasando el tiempo, el hombre fue olvidando la canción. Fue aprendiendo a hacer oídos sordos a los consejos y a centrarse más en sus propios intereses. En escribir su propia historia. En contar en lugar de escuchar. Pero como cualquier escritor que se resiste a leer, la canción de los hombres nunca llego a ser canción. No se puede ignorar lo que ya estaba al principio del tiempo. Es el suelo en el que estamos parados, la columna sobre la que construimos aquello que hoy proclamamos como eternamente nuestro. Si, el hombre se había vuelto menos sabio. Más necio.
Irónicamente, como se suele decir, hay cierta bendición en la ignorancia; y junto con aquello que hubiera hecho bien en recordar, el hombre también perdió recuerdo de aquello que debía temer. Pero solo porque dejemos de temer a ciertos fantasmas, no significa que nos libremos de ellos, verdaderamente. Hay cosas antiguas, tan antiguas como la primera canción; que siempre nos acecharan.

...

martes, 24 de abril de 2012

Huespedes

    Sé que el porteño ha perdido el hábito del paseo; dicho pecado puede ser consecuencia de alguna costumbre social: el porteño está desmedidamente ocupado todas las horas, inclusive en el aburrimiento y en la pereza. El trabajo, los cursos de espiritualismo, la terapia y el gimnasio apenas le permite unas horas para dormir y comenzar el trabajo el día siguiente. Es común entonces que desconozca gran parte de esta ciudad, porque solo puede contemplarla desde la ventanilla de un ómnibus o desde la desfiguración que brinda la vista de un tren. Hay calles cuya existencia es desconocida para el mejor taxista y para el peor vecino. Hay pasajes cuyo trazado, en el mapa de cualquier guía portátil, no consta. Este es el caso del pasaje llamado Huéspedes. Para el curioso paseante –para quien a perdido felizmente la cordura y se ha entregado a la embriaguez de la reflexión- diré que se encuentra en las catacumbas del barrio de Palermo, pero no contribuiré con más datos. Creo, ahora, que su mayor virtud es su posible hallazgo. Con respecto a su nombre, descreo de cualquier vieja etimología, y sospecho que se trata de una broma o sandez de sus habitantes que mas tarde describiré.
    El pasaje, más angosto que los pasajes comunes, es de empedrado antiguo, iluminado levemente por su propia humedad. Después es toda penumbra, tanto la vereda como las paredes; las otras calles del barrio se asomaban ligeramente en trozos de luz pálida.  No hay una sola casa en toda la cuadra; consiste en fábricas lúgubres y tapias desquebrajadas. Yo lo conocí en junio; el férreo invierno, y el humor del cielo pudieron corromper mi memoria, y recordar su frontispicio más gris y desconsolado. No obstante, quien penetra en la calle, no podrá evitar sentir la sorpresa del dolor.
    Esa aura siniestra es acaso lo que me atrajo a su interior. Caminé unos metros hasta que divisé a un ser que se apoyaba sugestivamente sobre un poste de luz. Era una gruesa mujer, cuyo rostro espantoso y hospitalario a la vez, estaba pintado pomposamente del maquillaje más barato; un cigarro largo humeaba en sus dedos temblorosos. Detrás de su inmensa presencia había un hombre, tan lánguido y bajo que las sombras no lo descubrían del todo. Estaba trajeado, y en una manos sostenía un viejo y sucio sombrero, y en la otra, un papel arrugado. Me miraron con la socarronería de un cazador frente a su presa, pero yo no tenía temor. Sentía, más bien, la inmortalidad de un sueño, y eso me hacía invulnerable. Me acerqué decidido.
    -Joven, ¿quieres contratar mis servicios?- dijo la mujer.
    -¿Qué servicio ofrece?
    -Amor, por sobre todas las cosas. Es quizás la mercancía más preciada sobre la tierra, pero no gano mucho dinero. O la gente ya posee en abundancia o no lo quiere, ¿verdad?- finalizó con una risa pavorosa.
    -Creo pertenecer al primer grupo, pero le agradezco el ofrecimiento.
    -Sí, ya me parecía. Pero sepa que el amor nunca es suficiente, y no existe un tope para su medición. Deleitarse de su abundancia es acto de los necios.
    -La entiendo, señorita. Pero créame que me encuentro bien con eso.
    -Feliz joven, entonces. Ha rechazado amor, otra acción no menos necia. Es que aquí nos cuesta creer en la posesión de cualquier cosa, hasta la del amor. Pero no falta el cliente incansable, que se arrastra hasta este pasaje para recibir más de lo que merece. Esos hombres no quieren morir, aunque están muertos hace mucho tiempo.
    La mujer tenía una voz quebrada por el cigarrillo. El hombre flaco la escuchaba con atención y asentía con acuerdo.
    “Espero no crea que subestimo sus sentimientos. Por sus ojos, juzgo que son nobles y sinceros. La sinceridad, en un paseante joven como usted, es peligrosa, porque toda cosa que salga por su propia boca lo creerá con más fervor. Pero no dudo de su espíritu. Es extraña entonces su visita. Solo el dolor atrae a los hombres a este pozo oscuro.
    El hombre bajo, que hasta ese momento estaba entregado a la sumisión, se acercó a mí con el papel arrugado.
    -Tome, se lo obsequio- dijo con voz trémula. –Es un poema sobre un  recuerdo, quizás le interese.
    Lo tomé, le agradecí, y lo leí vagamente por cortesía.
    -No está firmado- dije acercándole el papel. Pero el hombre se echó para atrás como si tuviera aversión del regalo ya cedido.
    -Acéptelo así. No puedo firmarlo. En realidad no tengo nombre. No sé si lo he olvidado, pero sospecho que nunca lo tuve.
    -¿No posee un nombre? Es importante tenerlo.
    -Sí, eso dicen. Pero yo no lo siento así. He pasado tiempos en que pensé en crearme uno, pero pronto me aburría y pensaba en otra cosa. Quizás no estoy hecho para llevar un nombre. Algunos piensan que es otra forma de no existir, pero yo existo. Estoy seguro de ello. Sé, por ejemplo, que soy un escritor. Se han publicado muchos de mis poemas sin nombre.
    -Entonces me quedaré con este poema. Se lo agradezco.
    El ser sin nombre se apresuró a meter sus dos manos en los bolsillos y sacó de ellos más papeles arrugados.
    -Tome, llévese más- dijo acercándolos como si estuvieran en una bandeja. –Lleve todos estos, y si puede, regálelos a sus conocidos.
    Los tomé con dificultad, y cuando vi que se proponía a sacar más papeles del interior de su sombrero comencé a alejarme con prisa. El hombre me miró extrañado pero no me persiguió; mientras, la mujer reía y largaba bocanadas de humo.
    Seguí hacia las entrañas del pasaje; en la incursión advertí que aquel segmento de barrio contenía sus propias estrellas y crepúsculo. Una estrella alumbraba el rostro pálido y surcado de un hombre, que estaba acurrucado en la entrada de una fábrica muerta. Vestía harapos, y a sus pies había una caja de zapatillas con algunas monedas y billetes dentro. Saqué unas monedas del bolsillo y me acerqué a él. Cuando estuve lo suficientemente cerca, el hombre tomó la caja y la cubrió con sus brazos.
    -¿Qué hace?
    -Nada, disculpe… Iba a dejarle…, nada.
    -No quiero su dinero- dijo con firmeza. –Yo ya tengo aquí.
    -Sí, lo sé… es que…
    El hombre se levantó de pronto y miró en el interior de la caja con detenimiento. Tomó un billete y lo examinó un instante.
    -Tome- dijo apoyando el billete en mi pecho.
    -¿Qué cosa?
    -El dinero, tome…
    -No, señor… de hecho, yo iba a dejarle…
    -¿Usted iba a dejarme dinero a mí?- preguntó enojado. - ¿Se cree mejor que yo porque quiere darme dinero antes que yo a usted? Oh, no me dará nada si yo le doy antes. ¡Tome este billete!
    -Pero yo no quiero…
    -Yo que usted lo aceptaría- dijo otro viejo de barba nevada, recostado en la vereda del frente.
    Tomé el dinero y el hombre de la caja se volvió a sentar satisfecho como si ya se hubiera olvidado de mí. Crucé el pasaje y me volví hacia el otro viejo que había hablado y que en sus ojos parecía poseer cierta cordura.
    -¿Usted sabe por qué me dio el billete?
    -Él es así, déjelo.
    Miré otra vez a mis espaldas y todo seguía en su lugar. Un haz de luz iluminaba las presencias del poeta y de la mujer que no habían cambiado de postura. El hombre pobre tenía sus ojos detenidos en su caja.
    -¿Y qué hace aquí, señor?- dijo el viejo de la barba como para llamar mi atención. -¿Se ha perdido?
    -Supongo- dije sin convencimiento.
    -No hay otra manera de entrar aquí que no sea por estar perdido. Espero que los huéspedes no lo haya inquietado, señor- dijo y largó una grotesca carcajada.
    -No, no me inquietaron.
    -Mejor así. Esas sombras, así como las ve, indiferentes al mundo, son en realidad muy importantes, señor.
    -¿Sí?
    -Claro, yo soy creyente, señor. Mi madre me enseñó la palabra de Dios- dijo y miró al cielo un instante, -todos respiramos aquí por una razón, ¿no lo cree así?
    -No lo sé.
    -Pues yo le digo que sí, señor. A estas personas les tocó ser los elegidos de Dios ¿sabe? El Señor baja cada tanto a juzgar nuestras acciones, pero su juicio lo establece en unos pocos mortales, y gracias a ellos nos salvamos- volvió a sonreír.
    -¿Y son ellos?
    -Eso pienso, señor, son pobres y dan desinteresadamente. Amor, arte, dinero… se despojan de todo… la ciudad los apartó hasta este pasaje perdido, pero pueden ser ellos, ¿no lo cree?
    -Bueno, podrían serlo- dije confundido. –Pero no tenemos manera de saberlo ¿verdad?
    -¿Manera de saberlo? Yo lo creo que es así, y eso debe bastarnos. No busque maneras de saber las cosas, señor. Yo le digo que es así, y usted debe creerme.
    -¿Y a usted por qué la ciudad lo apartó hasta este pasaje? ¿Qué es lo que usted ha dado desinteresadamente? ¿Será posible que fuera la Verdad?
    El hombre me miró con los ojos bien abiertos como si hubiera descubierto algo asombroso. Después volvió a mirar el cielo y dijo casi para si mismo:
    -La Verdad…
    Cerró los ojos y su cabeza se apoyó lentamente sobre la vereda. Vi que desde el otro lado del pasaje, el hombre de la caja, el poeta y la mujer murmuraban entre ellos mientras me observaban. Pensé que mi presencia ya no era del todo bienvenida, y me alejé sin mirarlos.
     En los días posteriores, no dejé de pensar en aquellos seres. Imaginé con vergonzosa tristeza que el último de ellos había muerto en el instante que dejó de hablar conmigo, y yo había huido pavorosamente. Solo espero que alguien más se adentre en el pasaje para comprobar lo que sospecho. 

Por Nacho Alonso

jueves, 19 de abril de 2012

Yo + 10

En mi antiguo barrio, cercano a Capital, enclavado en el primer cordon del conurbano en una casa de clase media, con pasillo al fondo y algo patio; el cual era pasto y fue devenido en laja oscura y fria, tuve mi primera y unica experiencia con el futbol. Encontré fantasticos jugadores en sus veredas y calles; interactue con algunos de ellos y hasta participe de algun picado informal, el cual relataré a continuacion. Sabia de mis limitaciones tecnicas de antemano e Intenté por todos los medios mejorarla. Me dedique a recupèrar el tiempo perdido en juegos de video y television basura y me dispuse a observar todos los videos "aprenda a jugar al soccer" con Pele como maestro. Comence a entrenar diariamente para lograr pasar inadvertdo siquiera entre mis vecinos, los cuales solo conocia a traves de la ventana a causa de mi introspección. Despues de casi seis meses de entrenamiento y sudor me encontre "casualmente" cercano a un partido de amigos en el club de mi barrio. Uno de ellos pateaba fortisimo y lucia una camiseta del Real Madrid con publicidad Bwin en el pecho. Los otros reian sobre el partido de la semana anterior y le proferian gritos a uno apodado "manguera". Imaginé ciertas razones del apodo mientras ellos pateaban al arco y elegian de que lado jugaba cada cual. Eran nueve, por lo que mis chances de jugar se acrecentaban. Un tal "uruguayo" habia faltado, por lo que mi unico lei motiv era que no viniera a jugar, y asi yo, poder reemplazarlo. Mi sicologo me habia recomendado practicar algún tipo de deporte, si era posible en conjunto para superar mi timidez y "romper mis barreras emocionales" según habia diagnosticado mientras me despedia.


El momento esperado llego. Uno gordo, aparentemente el organizador, me invito a jugar con la condicion de que si venia el tan mentado "uruguayo" me tendria que retirar sin chistar. Acepté timorato e ingresé a la cancha. Mi primer contacto con la pelota fue a los cinco segundos de comenzado el juego y fue la bisagra del partido. La paré con la derecha y me reboto en la zurda que tengo solo para caminar; uno flaquito con pantaloncito del Barcelona me quito la pelota y quemo a mi arquero sin contemplaciones. Me miraron todos y alguno me puteo por lo bajo. Desde ese momento en adelante, evitaron darme la pelota a pesar de no ser casi marcado por mi rivales, debido a la poca peligrosidad que generaba mi presencia aun cerca del arco. A pesar de mis ganas y mi esfuerzo fisico (Jamas fume, me marea y me da mal aliento) fui denostado a un segundo o tercer plano en mi equipo que gol a gol evitaba pagar la apuesta del comienzo. Me entere minutos despues que era por la cancha y un cajon de cerveza el match, lo que dificultaba mi situacion alli, ya que solo contaba con no mas de diez pesos y algunas monedas en el bolsillo, las cuales habia visto caer del mismo al olvidar dejarlas a un lado antes de empezar. Mis ansias de participar fueron mas que mi precaucion.
A falta de dos minutos, el bufetero del club habia salido a cortar el partido para dar comienzo a los que esperaban afuera, que ya pateaban del otro lado de la linea de banda y detras del arco. La tension se cortaba con cuchillo  y si bien no habia anotado ningun gol y habia sido responsable en varios goles rivales, me sentia bien y trataba de marcar y molestar como me habia enseñado Pele en los videos. El flaquito que me habia robado la pelota en el comienzo del partido corria velozmente hacia mi arco. Mi presencia era la unica interferencia entre el arquero y el. Busque taparlo con la pierna mientras el intentaba gambetearme (todos lo intentaban) En esta oportunidad, a diferencia de otras veintitres anteriores, pude quitarle la pelota debido a que la pisó sin querer culpa de un charco de agua de una gotera del techo. El clima era mi aliado involuntario pensé, me senti Storm de los X-Men. Tomé la pelota y todos gritaban -Pasala horrible! ignore las indicaciones y me arme de valor, mis piernas cansadas temblaban por el esfuerzo, corri hacia adelante simulando ser Oliver Atom. Al ver la linea divisoria de la mitad de la cancha (siempre sabia donde estaba porque jamas levantaba la cabeza) supe que podia patear al arco rival por primera vez en todo el partido. Reuni todas mis extenuadas fuerzas y las concentre en mi pierna derecha focalizandolas en la punta de mi pie. Impacte la pelota de lleno, elevando el disparo, aunque no tanto. La bocha viajo hacia el arco y el arquero rival, el cual conocia de lejos, no llego ni siquiera a tocarla. Golpeo la red y salio hacia afuera como un resorte. -Goooooooooooooooll!!!!! Grite con los restos de mi que quedaban sobre el cemento (Me habia caido al patear, producto del esfuerzo) y el bufetero grito -Hora!. Mis compañeros me vinieron a levantar y me senti Messi. Era el dios del club, nada podia opacar ese momento. Claro que no contaba con una trompada trapera del flaquito que perdio la pelota ante mi imponente figura defensiva. Me volo un par de dientes y como en si, todos se conocian entre si mas que a mi. Nadie siquiera atino a defenderme o a detenerlo cuando siguio pateandome en el piso. Me volví con un ojo negro, una costilla posiblemente fracturada y dificultades al respirar. Caminé las dos cuadras que me separaban de mi casa rengueando y magullado. Entré al pasillo, salude a Don Cosme, que gracias a Dios no ve nada, y me meti rapido al baño. Abri el agua caliente, tapé la bañera (Algo que no hacia desde hace mucho) y me sumergi paulatinamente en el agua. Apoyé los codos en el costado de la loza mientras el culo me tocaba el agua todavia caliente. Me arme de valor e ingrese completamente. Eche la cabeza hacia atras y relaje el cuerpo en la bañera. Me palpe la costlla dañada y el ojo en compota por la piña del flaquito, imaginé que hubiera pasado si el "uruguayo" concurria a la cita futbolistica o si jamas se me hubiera ocurrido ir a tratar de jugar. Agradecí al destino por la falta de un jugador y a mi arrojo por intentar. Sonrei con sorna y cerré los ojos. Que lindo es el futbol la puta madre!

Raskolnikov

(Créditos al autor)

Todavía ladramos

Todos pensamos, alguna vez, que solos podemos cambiar algo. El mundo, una injusticia, nuestro destino... algo.
Mas no sea algo chiquito.
Pero algo.
Y a veces podemos
Pero otras veces, descubrimos que no estamos solos. Y eso esta bueno. Esta bárbaro. Es la mejor de las noticias. No solo porque podemos conseguir ayuda en conseguir cambiar algo. También porque significa que no estábamos solos. Que hay gente como uno. Y que gracias a que los hemos encontrado, podemos conectarnos.
Y gritarnos desde un "tejado" a otro.

Es lindo encontrarse loco y enamorado, y no estar solo.
Cruzarse con otra gente, a la que le hacen ruido otras "tuercas sueltas la cabeza..." Como escribí en la primer entrada de este blog. Quiere decir que el quedarse “en el tejado, escuchando ladridos en la madrugada por que no podemos dormir hasta haber dicho lo que tengo que decir..." sirvió.

Puede servir.

Ahora empieza lo mejor.

Elescritoreneltejado les da la bienvenida a su nuevo ciclo de múltiples autores. Nada demasiado elegante, eh? Solo 2 o 3 locos que se suben a los techos porque tiene cosas que gritar.


¿Ladran sancho? Señal que cabalgamos…
- Don Quijote Version cinematografica (Dir: Orson Welles - 1992)

Ladrador
(Gohete - 1808)

Cabalgamos por el mundo
En busca de fortuna y de placeres
Mas siempre atrás nos ladran,
Ladran con fuerza…
Quisieran los perros del potrero
Por siempre acompañarnos
Pero sus estridentes ladridos
Sólo son señal de que cabalgamos

sábado, 26 de noviembre de 2011

Botones Negros


Botones negros, grandes, en lugar de ojos; me miraban fija e invasivamente. ¿Dónde estaba? ¿Quién era esa que antes me resultaba tan familiar y ahora no puede ocultar ante mí su grotesca naturaleza?
Detrás del espejo. Al otro lado de una diminuta puerta escondida en algún recóndito recoveco; existe un portal a otro mundo. Uno parecido a este, si, pero diferente. Solo un poco más oscuro. Lo suficiente para hacerlo significativamente: peligroso.
¿Y porque? Porque el origen de dicha oscuridad, en el fondo, yace en cada uno de nosotros. Eso la hace letal. Porque no es, vergonzosamente familiar.
Porque cuando nos miran fija e invasivamente esos fríos botones negros, en el fondo, nos estamos mirando al espejo.

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