miércoles, 19 de enero de 2011

De palabras y letras es el juego

Un texto muy especial, que encontre en la web y quiero compartir con todos:

"Escribí", me dijo y cual consigna de facultad me dispuse a divagar...
Ahhh porque yo con la facultad hago eso, no saben que lindo es tener un espacio "formal" para limarla y no solo eso sino que encima te limita la consigna y como todos sabemos: A los limites hay que respetarlos, hay que rozarles la mejilla. No son tan malos.
Pero ese no es el tema que me ocupa hoy, como les decía: "escribí", me dijo.
Y me senté, una vez mas, pero ahora con mi look intelectualoide de anteojos nuevos, a escribir.
Y escribí sobre amores y desengaños, sobre lazos perpetuos que no terminan pero se dilatan, que vuelven a pedir perdón a su manera. Pero esa manera rara donde jamás se mencionan las palabras "perdón", "lo siento", "fue sin querer", ni mucho menos... Porque nosotros no estamos para eso, nosotros decimos las cosas en otro nivel, hay que interpretarlas; pero siempre, en realidad, se trata de pedir perdón.
Pedir perdón o, en su defecto, lo que hemos dado en llamar "arreglarla"
Esto es, tomar una actitud maravillosa, por su carácter inesperado o sorpresivo, que rompe con actitudes abandonisticas o erróneas anteriores.
Escribí también sobre la rutina. Lo malo, lo bueno, lo lindo, lo feo de tener una serie de acciones que se repiten día tras día, semana tras semana, mes tras mes, año tras año. Y en las rutinas me detuve. Yo soy de esas que están empezando a descubrir a Cortázar (gran crítico de la rutina, si los hay) y entonces embelesadas por la lectura, piensan en Su rutina, en lo que deberían comenzar a disfrutar mas, lo que deberían dejar de hacer (entre otras cosas liberar a mi muñeca de la tiranía del tiempo).
Y en ese mar de escrituras me releí y me perdí. Me di cuenta que no había escrito sobre nada. Que mis historias eran realidades. Si, claro, un poco trastornadas, pero que no rompían con nada de lo cotidiano, que no merecían ser leídas.
Y entonces me fui a la facultad a entregar ese mar de nada que había escrito. Y lo leí en la clase y me sorprendí.
Me sorprendí porque me elogiaron, y no que no este acostumbrada a los elogios (pfff), sino que ahí no me los venia venir. Me elogió mi profe que eso vaya y pase, me elogiaron mis compañeros honestamente como yo lo hago con ellos.
Y ahí entendí todo: hay que escribir y hay que mostrarlo sí o sí, siempre. ¿Por qué? Porque en algún rincón de la cabeza de cada uno que lee, lo que une escribe se transforma en una sensación que va de lo hermoso a lo nefasto, de lo interesante a lo descartable. Pero sensación al fin. Entonces, este acercamiento a mi escritura y lo que estoy descubriendo que hace en mi, es un acercamiento a la tuya, a las de ustedes.
Y no solo eso. Hay una frase que dice que en toda escritura se ejercita la previa lectura. Si yo muestro lo que yo escribo y alguien lo lee y ese alguien después escribe; en el mejor de los casos, en una de esas, la previa lectura que ejercita en su escritura es la mía. Es decir, que parte de su texto tiene un resquicio del mío. Y eso es hermoso.
Todo esto es lo que hacemos con Joha, todo esto es un blog (¡¡y a freír churros los que piensan que los bloggeros son unos boludos!!)


"Escribí", me dijo. "Escriban", les digo.

Orly Zaidenknop



Es genial. Creditos a la autora.

martes, 11 de enero de 2011

No hay rejas

Varias veces en la vida uno se siente perdido. Perdido en el sentido de no entender que paso, como llego uno a ese lugar, como y cuando cambiaron tanto las cosas. Un momento uno se siente superior, seguro,” en control de la situación”, y al otro… totalmente desconcertado.

La perspectiva es una cosa curiosa. Nunca se tiene cuando se la necesita, realmente. Es un don al que se puede acceder cuando no nos sirve para nada práctico o activo en ese momento. Solo para reflexionar sobre hechos pasados.

Y sin embargo, es tan importante.

Un buen día, cuando uno menos se los espera (desde el plano consiente, obvio) algo pareciera que hace “clic” y comprendemos cosas que antes nos resultaban inexplicables.
¿Qué paso?
¿Qué cambio?
Tomamos distancia. Vivimos otras cosas. Adquirimos la perspectiva necesaria para reflexionar sobre lo pasado.

Maduramos.

Entonces, y solo entonces, las reacciones que obtuvimos, por las acciones que tomamos, tienen sentido. Algunas cosas dejan de ser tan dramáticamente graves o definitivas. Muchos “Nunca jamás” se convierten en “no sé, eh”. Y nos sentimos bien con nosotros mismos. Y nos odiamos al mismo tiempo.
Es como ingresar a un club exclusivo al que no habíamos podido ingresar antes. Todos los que están afuera no podrán jamás entendernos. Y todos los que están adentro no necesitan decir nada. Sin palabras juramos mantener el silencioso secreto de pertenencia que será la reja que servirá para marcar donde terminan ellos y donde empezamos nosotros. Los sabios.

Alguna vez que otra, rompemos el juramento, pero es inútil. No pueden entender nuestras palabras de sabiduría. Suspiramos y maldecimos nuestra superioridad, chapoteando en egoísmo puro.  Sin embargo es verdad. El club exclusivo, comienza a sentirse como un frio aislamiento del resto. “Algún día, cuando seas más grande, me vas a entender” nos limitamos a decir. Ellos se burlan. No entienden o no quieren entender. Se ven felices. Como si ellos fueran los que están del otro lado de la reja. Y lo están.

¿Bendita es la ignorancia? ¿Cómo pueden sonreír? ¿Cómo pueden dormir? ¿Cómo pueden vivir consigo mismos a sabiendas de que hay un estado mental superior al que no han podido acceder todavía?
Entonces un frio recorre nuestra espalda. Lentamente volteamos la cabeza y allí, donde inexplicablemente nunca antes habíamos mirado… esta la reja. No la reja. LA reja. La OTRA reja. La que nos separa de ellos. Los verdaderamente superiores. Los que alcanzaron el siguiente nivel. Los otros. Y nosotros acá. Regocijándonos en nuestra supuesta superioridad. De allí venían las sonrisas de aquellos. Ellos Sabían. Eran conscientes que había alguien superior a nosotros.

Pero entonces una reflexión nos invade. ¿Son los otros los verdaderamente superiores? Esa sensación nos suena conocida y en nuestra nueva humildad, producto de sentir que nos bajaron de un hondazo de la cima del monte olimpo, reflexionamos que hemos madurado. Y que al mismo tiempo. Nos falta madurar. A todos.

Entonces se hace obvio.

No hay rejas.

No hay barreras. Solo distintos tiempos. ¿Entonces por qué no sonreír, por qué no dormir?
¿Por qué no podría ser capaz de vivir conmigo mismo? Mi grado de madurez. Tan superior y tan inferior al mismo tiempo, llego a una conclusión:

 Si la vida es un viaje y se accede a cada etapa a su debido momento….
Entonces…

Estoy exactamente donde se supone que debo estar.