sábado, 26 de noviembre de 2011

Botones Negros


Botones negros, grandes, en lugar de ojos; me miraban fija e invasivamente. ¿Dónde estaba? ¿Quién era esa que antes me resultaba tan familiar y ahora no puede ocultar ante mí su grotesca naturaleza?
Detrás del espejo. Al otro lado de una diminuta puerta escondida en algún recóndito recoveco; existe un portal a otro mundo. Uno parecido a este, si, pero diferente. Solo un poco más oscuro. Lo suficiente para hacerlo significativamente: peligroso.
¿Y porque? Porque el origen de dicha oscuridad, en el fondo, yace en cada uno de nosotros. Eso la hace letal. Porque no es, vergonzosamente familiar.
Porque cuando nos miran fija e invasivamente esos fríos botones negros, en el fondo, nos estamos mirando al espejo.

F

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Carta de Hank a Karen


En el capítulo 10 de la segunda temporada de Californication, conocemos un poco mas por fin, de como empezo la historia de amor entre Hank & Karen. Sobre el final del episodio, se puede escuchar en off la carta que él le escribe a ella, con la intencion de abrirse y pedirle que ella tmb se arriesgue a eso nuevo, misterioso, arriesgado y riduculo que llamamos: amor.

Querida Karen,
                        Si estas leyendo esto quiere decir que he encontrado el valor para mandártelo. ¡Bien por mí! No me conoces muy bien pero, si me lo permites, tengo tendencia a repetir una y otra vez lo duro que me resulta escribir. Pero esto, es lo más difícil que he tenido que escribir nunca.
No existe una manera fácil de decirlo, así que simplemente lo diré: he conocido a alguien. Fue una casualidad. Yo no lo estaba buscando. No lo planee. Fue la tormenta perfecta. Ella dijo una cosa, yo dije otra; cuando me di cuenta quería pasar el resto de mi vida en mitad de aquella conversación.
Ahora tengo la sensación en mis entrañas de que puede ser ella. Esta completamente loca. De una forma que me hace sonreír. Extremadamente neurótica. Y exige un mantenimiento exhaustivo.
Ella eres tú Karen, esa es la buena noticia. La mala es que no se como estar contigo ahora. Me acojona. Porque si no estoy contigo inmediatamente, tengo la sensación de que nos perderemos ahí fuera. Este es un mundo enorme y malo, lleno de vueltas y recovecos y basta con parpadear para que desaparezca el momento. El momento que pudo cambiarlo todo.
No se lo que haya entre nosotros y no puedo decirte porque habrías de saltar al vació por alguien como yo. Pero hueles tan bien. Como el hogar. Y haces un café excelente. Eso también es importante, ¿verdad?
Llámame.

Infielmente tuyo,

Hank Moody.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Un cielo sin nubes


     ––Son… o eran, mejor dicho, como algodones gigantes que flotaban en el cielo ––Empezó uno de los viejos sentados en la plaza jugando al Ajedrez. Su comentario, sin embargo, no iba dirigido a los otros viejos. Ellos ya se sabían de memoria sus historias y francamente,  estaban bastante cansados de ellas. El comentario del viejo iba dirigido a una pareja de jóvenes que estaban sentados a pocos metros, en plan de una cita romántica que no terminaba de ir del todo bien. Ambos jóvenes conversaban, frente a frente, sentados en uno de los nuevos bancos con diseño retro, pintado como si fuera de cemento. Desde hacia años que los bancos de cemento habían sido removido de todas las plazas. Reemplazados por nuevos bancos metálicos. Luego, con la llegada del nuevo gobierno del 37, se promovió el plan de recuperar aspectos más clásicos en las plazas. Se instalaron los pastos artificiales en casi todas las plazas, se acondicionaron los bancos; incluso se importo arena para algunas plazas.
     –– ¿Perdón? ––Preguntó finalmente Gonzalo, desconcertado por el comentario del viejo.
     ––Las nubes ––Acoto el viejo ––. Eso que están buscando en el cielo, y no sabes bien que es, pero estas seguro que le falta. Son nubes.
     –– ¡Algodones gigantes! ––Comento otro viejo en tono de burla, cortando el momento tenso, y el resto del clan se echo a reír con ganas, como quien no se cansa de escuchar un viejo chiste.

Tanto Gonzalo como la chica, Maria, estaban desconcertados. Nunca había escuchado aquella palabra. Nubes. Mucho menos, claro, de algodones gigantes flotando en el cielo. Pero el viejo, tenía más teorías al respecto.
      ––La lluvia ––Continuó ––no era para limpiar las calles, como ahora. Era un proceso natural. El agua se producía por la acumulación de humedad del aire e iba llenado las nubes, hasta que finalmente empezaban a llorar. Entonces caiga agua por todos lados.
Gonzalo no acoto ni comento nada. Maria volvió a mirar el cielo, intentando imaginar como ser vería un copo gigante de algodón allí arriba, flotando por su cuenta. ¿Quién lo habría colgado allí en primer lugar? ¿Por qué? ¿Cómo era capaz de ponerse triste y llorar un pedazo gigante de algodón? ¿Cómo controlar cuando era el momento de limpiar la ciudad si dependíamos de los estados emocionales de un pedazo de algodón volador?
Por su parte, el grupo de viejos que acompañaba al extraño interlocutor, también parecía tener sus dudas sobre el relato. Pero, a diferencia de los chicos, se limitaban a tomarlo en gracia y se reían descaradamente en su cara con cada comentario.
      ––Claro que yo mismo nunca vi a una nube llorar…––confesó el viejo, con un dejo de vergüenza en su voz ––pero esto me lo contaba siempre mi abuelo.
–– ¿Desde entonces, han sido felices siempre? ––Pregunto burlonamente el otro
viejo, antes de comenzar a reír con una risa mancarrona que evidenciaba años de cigarrillos y hasta tal vez una operación de corazón.
      –– ¿Y que paso entonces con las… nubes? ––Pregunto Maria, interesada, cortando así la cadena de burlas que le propinaban al pobre viejo.
      ––Fue una de esas cosas que los gobiernos nunca dicen, realmente. Por lo que me contó mi abuelo, en su momento, tampoco fue culpa nuestra realmente. Un guerra comercial empezó entre EEUU y los Alemanes y Franceses, Allá por el año 2014. Los rusos y los Japoneses se metieron donde nadie los llamo y un buen día, sin aviso y sin mas; se despacharon un ráfaga de misiles nucleares.
      ––si, por supuesto, leí sobre esto en la escuela. ––Interrumpió Gonzalo. ––Las bases nucleares de la mayoría de los países quedaron inutilizadas. La humanidad fue reducida a un 23 % del total, pero…
      ––Pero no termina ahí la historia. Veras, los bombardeos fueron terribles, si. Y muchísima gente quedo atrapada en el fuego cruzado. Pero eso no fue todo. Eso es lo que el gobierno quiso hacernos creer. Lo que todos los gobiernos, no han hecho creer, ¡al igual que este!
      ––Otra vez con las teorías de conspiración… ––Volvió a interrumpir su oponente de ajedrez, esta vez con un tono, evidente, de cansancio.
      –– ¡Solo porque vos quieras vivir con los ojos cerrados, no significa que todos tengamos que hacer lo mismo! ––Lo reto el viejo. Hubo un breve silencio en la plaza. Como si el mundo se hubiera detenido un instante a considerar lo que el viejo estaba proponiendo. Entonces, los demás volvieron a reírse burlonamente del viejo y el planeta se dispuso a seguir girando como si nada.
El viejo, chistó para sus adentros. Tragándose su impulso instintivo de continuar discutiendo. Como si fuera un disputa antiquísima que nunca termina, en la que nunca parecía poder ganar.
      ––En fin… ––dijo, disponiéndose a continuar con su relato ––La mayoría de las toxinas fueron a parar al cielo y este se achicharro completamente. El celeste característico fue reemplazado por una tonalidad amarilla, con una densa niebla que parecía cubrirlo todo.
Gonzalo hizo un ademán de interrumpir al viejo, pero la expresión de Maria lo hizo contenerse. Estaba completamente concentrada en la historia del viejo y temía enfadarla si volvía a interrumpirlo. Jamás había escuchado sobre el un cielo amarillento y grisáceo en la escuela. Opto, sin embargo, por no decir nada y esperar que su relato se encamine solo.
      ––Pero el problema es que, aquella niebla gris y sucia no era niebla. Ni siquiera sabíamos exactamente que era. Solo que provenía de los residuos químicos de las bombas que fueron detonadas en el cielo. La niebla, llamémosla así, como era de esperar era toxica. Letal para cualquier ser vivo del planeta. Así pasamos de quedar solo el 48% de la población al 12%. Ese escaso puñado de refugiados sin techo ni futuro, era lo único que quedaba de la soberbia especie que una vez domino el planeta. Planeta que acabamos de hacer mierda nosotros mismos. ¿Quién sino?
     ––Cuando empezó el año 2095, yo ya tenía unos 15 años, todos los gobiernos en simultáneo, comenzaron un plan de repatriación de los habitantes. Fuimos llevados a diferentes bases, ubicadas en puntos estrategias del planeta. Y allí comenzamos el proceso de desintoxicación química, del que habrás leído en la escuela.
Maria asintió en silencio, mientras Gonzalo pensaba aliviado, que la historia del viejo, por fin se alineaba con la realidad. Un poco desvariada, nada más pensó. Como una versión libre de algunos espacios históricos de los que no queda mucha gente para poder discutirle. No tiene nada de malo.
     ––Pero el proceso, nunca termino. La gran salida al planeta, curado, del 112; nunca ocurrió. Fuimos llevados a estaciones subterráneas construidas por los japoneses. Diseñadas para parecerse a la superficie pero, totalmente artificiales. Prácticamente perfectas. De no ser por un detalle: no hay nubes.
Zas! Pensó Gonzalo. Venia tan bien, y de repente, sale con la clásica historia de conspiración de las todas las películas.
Los demás viejos volvieron a estallar en risas. Era el final que conocían del cuento, el remate más gracioso de toda la historia. En parte por su cliché sobre las conspiración, en parte por lo apresurado del mismo… y un poco también, por la emoción con la que el pobre viejo lo contaba.  El anciano, finalmente se callo definitivamente. Si no había logrado convencer a los jóvenes para esta altura, no había caso. Una sombra de tristeza, mezclada con la resignación de quien ha naufragada en una isla desierta y comienza a comprender que nunca lo rescataran; invadió la cara del viejo.
Por primera vez desde que comenzó su relato, el viejo le quito los ojos de encima a Maria y los volvió a su abandonado juego de ajedrez. Lo que encontró allí, no le hizo ninguna gracia. Aprovechando su descuido, su oponente había jugado por él y su situación era crítica.
Gonzalo nota a Maria reflexiva y algo conflictuada con la historia del viejo y le propuso caminar con la excusa de estirar las piernas y objetivo real de sacarla del transe. Cuando habían hecho menos de diez pasos una duda invadió Maria, quien se volvió hacia el viejo y le pregunto:
       –– ¿Si las estas nubles
       ––Nubes ––lo corrigió el viejo sin volverse a mirarlo.
       ––Nubes…––repitió la chica. ––Si estas nubes, entonces, son el único defecto que hace imperfecta a esta ilusión o falsa realidad; ¿entonces porque no ponen unas nubes falsas?
El viejo interrumpió el movimiento que estaba por hacer. La inquietud de la muchacha era validad, por supuesto. Pero era más que eso. Era el hecho de que tuviera la inquietud lo que ilusiono al cansado anciano. Su pregunta evidenciaba una duda. Algo de todo lo que le había contado, había llegado hasta ella.
       ––Porque esta ilusión no tiene un microclima natural. No hay viento, sino maquinas que generan aire. No hay lluvia. Solo dispensores de agua en lo alto. Muy alto. Como para que no podamos verlos. Este cielo. Celeste, Naranja, Rojizo o Negro, depende la hora; es solo una proyección plana. Y las nubes no son planas. Estaban vivas. Entre nosotros y el cielo. Y eso no hay forma de reproducirlo. 

Maria no contesto. Gonzalo se limito a soltar un suspiro que, en el mejor de los casos, le otorgaba al viejo un 6 por su esfuerzo. Pero no más. Ambos se dieron media vuelta y se echaron a andar, sin rumbo definido. El viejo, desalentado, se volvió a concentrarse en su juego de Ajedrez, completamente condenado. Gonzalo cruza la enorme plaza, pensando en que nunca había escuchado algo tan ridículo en su vida. Le concedió al viejo, si, que si las nubes efectivamente eran como las describía, seria difícil reproducirlas. Maria se volvió al cielo celeste y amplio una vez más y le pregunto a Gonzalo si no lo inquietaba lo que les había dicho el viejo.
       ––Sinceramente no me lo acabo de creer ––le contesto el chico.
       ––Bueno a mi me asusta un poco, sinceramente. ––Dijo ella. ––Si fuera así… Lo que significaría… Quiero decir, si las nubes eran existieron, y eran como las describía el anciano ese; entonces…
Maria callo. No podía articular con palabras la sensación de vacío y desolación que estaba experimentando. Era como si de repente alguien le hubiera abierto los ojos, solo para hacerla mirar hacia una luz cegadora impiadosa.
       ––No te preocupes. ––Dijo Gonzalo. ––Si te hace sentir mejor… yo te voy a conseguir una nube.
       –– ¿Ah si? ––Pregunto divertida ella.
       ––Si.
       –– ¿y de donde vas a sacar una nube?
       ––Bueno… ya me las voy a arreglar, por eso no te preocupes. Si te hace sentir mejor, te consigo una nube. Lo unico que, si, no se donde vas a ponerla…
       ––Por ahí me parece que estaría bien ––Dijo ella, señalando un punto celeste en el medio del cielo inmenso de esa tarde de verano.
Gonzalo asintió, concediéndole que era un buen lugar. Se miraron y por fin se besaron. Luego de unos momentos, abrazados dulcemente, siguieron camino satisfechos y convencidos de que ahora todo estaría mejor. Arriba, sobre sus cabezas, el cielo tintineo como un televisor que reajusta su señal de cable durante unos segundos y luego se normalizó.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Bajando

1.

El ruido electrónico de la alarma me despierta. La habitación esta completamente oscura. Iluminada únicamente por el reflejo rojo de los números que se prenden y se apagan en el reloj despertador. 02:20.
Me levanto y cumplo el ritual diario en silencio. Mi esposa duerme placidamente en la cama. No se ha percatado de que me he levantado. Últimamente pareciera que ninguno de los se percata de la presencia o ausencia del otro. Tenemos horarios opuestos y prácticamente no nos vemos. Lo más que hacemos es coincidir en la cama, pero siempre en horarios opuestos. Cuando ella se levanta yo duermo profundamente. Con la misma incapacidad física de persuadirme de su presencia, con la que ella me ignora en sueños ahora mismo. No soy un experto en temas de relaciones, pero me doy cuenta de que esto no es bueno para la pareja. Siento el vació que se ha formado entre los dos. Lo siento más mucho real que el agua con la que me lavo la cara todas las noches. Ella también esta preocupada por nosotros. No me lo ha dicho, claro. ¿En que momento podría? Pero lo se. Soy su marido y lo se. Varias noches, cuando me levanto, encuentro múltiples cadáveres de pañuelos de papel en el piso, de su lado de la cama. Esta triste y no sabe como decírmelo. No puede. Ya casi no nos vemos nunca.
Cuando los números del reloj marcan las 02:45, estoy listo para salir. Nunca tarde demasiado para prepararme antes de ir a trabajar. Es lo mas cerca que jamás estaré de un soldado. Levantarme, vestirme y arreglarme con prisa. Me tomo un momento más, antes de salir para verla dormir, placida pero tristemente. Me digo a mi mismo “Mañana la voy a esperar despierto. Tenemos que hablar. La extraño tanto…”. Suspiro profundamente y me marcho.


03:30 llego a mi trabajo. El guardia de seguridad del edificio ni siquiera me mira entrar. Me gusta saludarlo solo para confirmar que hoy no piensa hacer excepción alguna y contestarme. En una oportunidad, recuerdo, me contesto con un leve gruñido. Una mezcla de ronquido y molestia. Fue lo mas cerca que hemos estado jamás de tener una conversación. Ni siquiera en aquella oportunidad me dedico una mirada. Estoy seguro que si alguna vez le preguntara por mi, no sabría cual es mi cara. No es que sea algo que me quite el sueño particularmente. No pretendo que seamos amigos ni mucho menos, pero seria agradable tener una conversación con alguien. Más no sea, una de tres palabras.
-Buenas noches.
No hay respuesta. Hoy no será la excepción.

El edificio donde trabajo es muy moderno y elegante. Tiene 20 pisos, todas con oficinas. Yo trabajo en el piso sexto. Pero mi empresa también posee el piso 13 del edificio. Una vez sola estuve allí. Cuando me contrataron. Pero luego siempre voy al piso 6. Ida y vuelta. Por lo que se, arriba es donde se realizan los trabajos administrativos de liquidaciones de sueldo y otras burocracias. Nunca me he cruzado con nadie que me lo confirme, pero aparentemente es donde están los jefes.

-Esperemos que no tengas que volver a este piso –Me dijo el señor Camacho, cuando me contrato. Era un viejo que no debía tener menos de 120 años. No oía demasiado bien y tenia unos lentes que daban la impresión de que tampoco podía distinguir con claridad si hablaba contigo o con una pared, si no le respondías.
-¿Por que lo dice? –Quise saber.
­­-Esta es una empresa que se maneja en base a la confianza de que sus empleados hagan su trabajo. Si lo hacen. No hay necesidad de molestarlos. Cada cual sabe lo que tiene que hacer.
­
La verdad sea dicha, no me terminaba de hacer una idea de a lo que el viejo se refería. Entonces me dijo una frase que nunca olvide:
­-Sabrás que haces bien tu trabajo cuando sientas que se olvidaron de ti.
­
No estaba de acuerdo con el concepto negativo y pesimista del viejo, desde luego, pero no me pareció correcto, tampoco, discutirle. Al fin y al cabo, acababa de darme trabajo. Hacia meses que estaba buscando algo para poder llevar plata a casa. Algo que no me demandara demasiado desgaste mental. De manera que pudiera usar toda esa energía y creatividad en terminar mi primera novela. Tal era mi convencimiento y conformismo, que no me importo demasiado cuando el viejo me dijo que trabajaría durante la noche. Haciendo la guardia telefónica.
Recuerdo que con Abril, mi mujer, tuvimos una discusión a raíz de ello.

-¿Y cuando se supone que te vea? –me reprocho con razón.
-Es temporal cielo –respondí yo. –en unos mese, dos como mucho, cuando termine el primer tercio de la novela y me den el adelanto; renuncio y listo.
-¿y si tardas mas, mientras tanto, vas a poder mantener este ritmo? ¿A contra mano del mundo, al revés de mí, y los chicos?
-Es un trabajo sencillo. Prácticamente no hay llamadas que atender. El señor Camacho me dijo, incluso, que es una buena señal si empiezo a sentir que se olvidaron de mí.
-A mi me suena muy triste eso. –Dijo y siguió lavando los platos. Enojada conmigo.

Tristemente, es una de las últimas conversaciones que tuvimos, según recuerdo. El mes que necesitaba para avanzar en mi novela se convirtió en dos. Luego en tres. Y luego en cuatro. Entonces decidí que lo más sano seria dejar de contarlos.

Llamo al ascensor y espero. Piso 13. Bajando. Durante las noches, debido al poco transito de personas en el edificio, desactivan dos de los ascensores (de hecho, jamás me he cruzado con nadie por esas horas). Habitualmente, como hoy, dejan funcionando el del medio. Una particularidad que siempre me llamo la atención de este ascensor, es que por el mismo ducto suben y bajan dos ascensores distintos. Diariamente, al menos una vez al día, se abre las puertas y el ascensor que se encuentra frente a mis ojos no es el que debería. Este otro ascensor, tiene, en lugar de sus relucientes paredes metálicas, tres grandes tablones de madera bastante sucios que van hasta el techo mismo. El piso, en lugar de tener loza, tiene el aspecto de haber tenido una vieja alfombra levantada a los tirones sin mucho cuidado. Las luces del ascensor, incluso, titilan constantemente. De hecho, dos de los cinco focos de luces, directamente no funcionan. Habitualmente, nunca viaja nadie en el ascensor de servicio. La primera que lo vez dude en tomarlo o no. Pero finalmente desistí y desde entonces, se me ha presentado con frecuencia. En todos los casos, sin embargo, volví a decidir esperar el próximo.


2.

Un llamado me arranca de la monotonía que me envolvía casi en un transe hipnótico.
Del otro lado se escucha una voz, entre cortada. No puedo entenderla por más que hago el esfuerzo. Finalmente ser corta la comunicación. Cuando veo la hora me doy cuenta de que es hora de marcharme. Otro día de trabajo cumplido. No recuerdo haber atendido ninguna asistencia siquiera. Los días se me escurren entre los dedos de la mano como la arena de un viejo reloj. Junto mis cosas. Y me dirijo al lobby del piso 6. Llamo al ascensor. Piso 13. Bajando. Como siempre. Se abren las puertas y allí esta. Mi viejo amigo, el ascensor de servicio. Con sus luces defectuosas, prendiéndose y apagándose. Espero a que las puertas se cierren, para volver a llamarlo y tengo la sensación de que se niega a marcharse sin mí. Al cabo de unos instantes, que parecieron eternos, el ascensor de servicio finalmente parece entender mi indirecta silenciosa. Cierra sus puertas y se marcha.
Exactamente una hora mas tarde, estoy en mi casa. Cuando llego, la casa estaba vacía. Ni Abril, ni los chicos están allí. Están si, los restos de su presencia. Platos sucios, ropa tirada. Las camas deshechas. Una imagen que lejos de molestarme, me llena por dentro. Como cada mañana, con toda la dedicación y paciencia del mundo, me dedico a poner la casa en orden. Un hábito que me quedo luego de meses de estar sin trabajar. Abril jamás me había reclamado nada, pero yo sentía que era lo menos que podía hacer para compensar el ser un lastre para ella.
Dos horas después, todo esta en orden y todo sigue igual. Me siento frente a la computadora y, como todos los días, intento escribir. Avanzar con la novela. El problema no es escribir. El problema era la cohesión entre lo escrito un día y lo que escribo al día siguiente. Estoy atrapado en un círculo infernal de las primeras 15, 20 páginas. Escribo. Las releo y las odio. Entonces las tiro y vuelvo a empezar de nuevo. 15, 20 páginas más. Un nuevo comienzo. El mismo final.

Luego de varias horas del inútil e impiadoso ejercicio infernal, me vencía el sueño. Para entonces, solo faltaban unas horas para que volvieran Abril y los chicos. ¡Dios, pareciera que no los veo desde hace tanto! Tengo que mantenerme despierto. Pero estoy tan cansado. ¿Pero si me recuesto y me quedo dormido? Solo una hora. Dos como mucho. Cuando llegue Abril me levanto. Tenemos que hablar. Quiero abrazarla. Ver a los chicos. Tal vez podríamos cenar todos juntos. Solo un rato nada más. Solo un poco, para descansar los ojos. Estoy tan cansado. No puedo entender porque. Me recuesto y me quedo dormido. El mundo a mi alrededor avanza impiadoso, ignorándome por completo.

3.

Los días que pasaron se volvieron tan parecidos entre si me es difícil distinguirlos unos de otros. Un llamado me despierta. Atiendo y una voz entre cortada, lejana, intenta decirme algo. No puedo entender que. Se corta la comunicación. Veo la hora y descubro que es la hora de irme. Junto mis cosas para irme.
No tengo prisa alguna por volver a casa. No hay nadie allí. Ya no esta mi mujer en la cama cuando me levanto todos los días a las 02:20. No se que paso. Simplemente dejo de estar allí. Cuando vuelvo a casa, no hay rastros de ella. Tampoco hay rastro de los chicos. No hay rastros de vida alguna en ese lugar al que llamo casa. Ni siquiera de mí.

Llego al lobby y llamo al ascensor. Piso 13. Bajando. Cuando finalmente llega, no podía ser otro que el ascensor de servicio. Es tan apropiado que me arranca una sonrisa. Estoy demasiado cansado como para seguir discutiendo con mi destino. Soy como un cascaron vació. Un muñeco sin rumbo que es llevado, sin remedio, atrapado en la corriente. Un suicida que se entrego, voluntariamente, a este sonámbulo sueño complaciente y mediocre sin pies ni cabeza. Hasta que finalmente, como las olas que van curtiendo la costa de una playa. Me fui borrando, poco a poco.
Al entrar en el ascensor noto que este no tiene botones. No los necesito, en verdad. Sabe bien a donde voy. Suspiro entregado mientras sus puertas metálicas me abrazan y me llevan. Bajando.