jueves, 6 de octubre de 2011

No se quita, se contagia

Stephen King reflexiono una vez sobre como a todos los escritores les pasa que, cuando estan leyendo mucho a un determinado autor, los textos que escriben, inevitablemente, adquieren una prosa o un estilo parecido. King dice que es parte de la busqueda de la identidad como autor.
Ayer releí algunos cuentos viejos y descubri que me paso lo mismo y decidí postearlo. Este es un cuentillo muy C. Bukowski. Narrador en primera persona con caracteristicas definitavamente de loser, conflicto interno romantico/sexual, un deseo no copartido, una narrativa simple/cotidiana y un final abrupto.
Como para mantener vivo el blog.





NO SE QUITA, SE CONTAGIA


Luna siempre había sido una de esas amigas que van y vienen en sus propios tiempos. A su ritmo y manera. Esos espíritus libres que no se pueden atar. La peor clase de mujer para enamorarse. Sin embargo, como las olas, por cada vez que se va hay una vez que viene.
Estaba en casa cuando sonó el teléfono. Era ella.

-¿Cómo andas tanto tiempo?
-Bien, todo tranquilo.
-¿Cuándo nos vemos? hace mil años que no sé nada de vos.
-Cuando quieras. No tengo planes para hoy –le dije.
-¿Tenés mi dirección?

Me explico cómo llegar, arreglamos una hora y colgué. Habíamos hecho esto muchas veces antes. Estaba convencido de que no iba a pasar absolutamente nada. Sin embargo, como la esperanza es lo último que se pierde, me bañe y arregle para el encuentro.
Tuve que tomar dos colectivos para poder llegar hasta la casa de Luna. Casi dos horas de viaje. Cuando finalmente me baje, comencé a caminar. Llevaba una guía en el bolsillo por las dudas. No conocía el barrio y solo sabía de un colectivo para poder volver a casa. Finalmente llegue hasta la puerta de su casa. Era una de esas casonas viejas, recicladas, de dos pisos. El frente estaba pintando con un color naranja lavado. Toque timbre y espere. Entonces escuche su voz y me asome, mirando hacia arriba. Estaba en el balcón del primer piso que daba hacia la calle. Me hizo una seña para que la esperara y bajo abrirme.

-¿Cómo estás?
-¿Todo bien, vos? –Nos saludamos con un beso.
-¿Llegaste bien? –me pregunto mientras subíamos la escalera.
-Sí. Tenía mi guía en caso de emergencia.

Entramos al departamento. Era un departamento bastante bonito. Muy Luna. Tenía pisos de madera y pocos muebles. Me hizo el recorrido mostrándome todos los cuartos. En el pasillo había un gran espejo apoyado contra la pared. Nos sentamos en la cocina a conversar.

-Tanto tiempo… -dijo ella.
-La verdad que sí.  ¿Qué contas de nuevo? –le pregunte yo.
-Acabo de volver de vacaciones –me dijo.
-tres semanas en Cuba. Muy lindo, la verdad.

Me sirvió un café y ella se hizo un mate con miel. Tome un poco. Me pregunto por mis cosas y le comente de algunos proyectos. Tome otro sorbo y le elogié el bronceado. Ella me devolvió la gentileza diciéndome que me veía bien. Por un momento le creí. Entonces dijo que me veía más flaco y supe que solo estaba siendo amable. De todas maneras le devolví el comentario. En mi caso era verdad. Descansamos del intercambio de flores y se hizo un silencio. Era el momento de la verdad. ¿A que vine? ¿Para qué me llamaste? Tomo un mate más y dijo:

-Creo que estoy enamorada.

Mi corazón se aceleró, pero no podía ser cierto. Me contuve y permanecí callado. Entonces ella agregó:

-Es una locura. Lo conocí allá, en Santa Maria del Mar. Estuvimos juntos dos semanas. Yo me volví, él se quedó allá y me parece que estoy enamorada. ¿Soy una boluda o qué?
-No sos ninguna boluda –le dije, mientras mis pulsaciones bajaban hasta normalizarse. -Contame, ¿cómo fue?

Luna me contó la historia. Él era músico y tocaba en un bar al que ella fue un día. Se gustaron enseguida pero ninguno de los dos hizo nada ese día. Volvieron a cruzarse en una playa a los dos días y comenzaron a conversar. Eventualmente comenzaron a salir y verse todos los días. Supongo que no hay impedimentos cuando de verdad queres estar con alguien.
Estuvieron viviendo juntos, incluso, en la casa de él.

-Pero cuando llegó el último día, me fui. Él me acompaño hasta el puerto desde el que tome el barco que me llevaba al aeropuerto.
-¿No volvieron a hablar?
-Sí. Chateamos dos o tres veces. A él no le gusta mucho la tecnología. No tiene computadora en su casa siquiera.
-La última vez que hablamos le dije que lo extrañaba mucho y él me dijo que también. Entonces yo le dije que de última podíamos solucionarlo y él se fue al mazo.
-¿Qué te dijo?
-Que había terminado una relación de muchos años hacia tres meses, y que todavía era difícil para él abrirse y no sé qué otras cosas más…

La tome de la mano y le dije que no se preocupara. Que a veces las cosas por un motivo. Y las que no, también.
Ella me sonrió. Se acercó a mí y me beso suavemente. Mi corazón se aceleró. No quería que jugara conmigo, pero no tenía fuerzas para pedirle que no lo haga tampoco. La bese.
Nos fuimos para su cuarto, a los besos, tanteando a ciegas por el pasillo. Caímos en su cama e hicimos lo que teníamos que hacer. No fue romántico como yo hubiera querido, pero si intenso, como ella deseaba. Cuando terminamos nos quedamos en silencio. Luego ella se levantó, se puso una remera y fue a buscar sus cigarrillos. Volvió y se recostó en la cama, al lado mío, a fumar. Ninguno de los dos dijo nada. Ella seguía sin poder olvidar al tipo de bahía y yo me había empezado a enamorar. Un fracaso a dos aguas. Eso es lo tramposo de amor. A veces cuando te lo queres sacar, no solo no se quita, sino que también contagia.