-Todo
comenzó con una suave voz. Sencillamente, en verdad. Como una radio
descompuesta que se enciende de golpe. En un momento no escuchas nada y al siguiente,
chtk!, el mundo se ha encendido.
Ocurrió de noche, naturalmente. Recuerdo que tenía ocho
años, recién cumplidos. Había tenido una pesadilla y me desperté sobre saltado.
Mire en las sombras de mi habitación, como buscando algo, aun sin saber bien
que. Entonces me concentre. Había algo que… latía en las sombras de la pared. Aun
hoy, muchos años después, me resulta describirlo con palabras. Simplemente
mire, como nunca antes había mirado y mis ojos vieron, como nunca jamás lo habían
hecho.
Eran… centenares de caras sin rostros. Ojos sin pupilas, bocas
sin labios ni dientes. Extremidades que no eran ni brazos, ni piernas. Están
todos unos encima del otro. Flotaban como peces que nadaban en un rió infestado
de vida. Solo que no necesitaba saber todo lo que aprendería después para saber
que en este caso, era un mar infestado de muerte.
Me quede mirándolos fijamente, paralizado por el miedo. Pensando
que no me había despertado y que esta, debía ser mi pesadilla. La imagen, sin
embargo, era desagradable. Las… criaturas, segaban fluidos por la boca y al
contacto con las paredes y el techo. Este mismo liquido, parecía ser el que les
permitía deslizarse sigilosamente. La imagen, como se podrán imaginar, no era
bonita. Quería despertar ya mismo, así que me pellizque el brazo con tal fuerza
que no pude contener mi quejido. Dos cosas terribles pasaron entonces. La
primera fue que las criaturas, todas, absolutamente todas, se percataron de que
podía verlas. Fue como en esas películas de ciencia ficción donde simulan el
detenimiento del tiempo y toda la gente de una calle atestada se detiene en
seco, congelándose. Los centenares de criaturas detuvieron su nado cíclico y
organizado al mismo tiempo. Los múltiples pares de ojos, aun sin pupilas ni
iris, se clavaron en mí. Solo que ninguno de ellos estaba congelado. Todos están…
respirando a través de las paredes. Mirándome fija y directamente. La segunda
terrible cosa que ocurrió entonces, fue que me di cuenta de que estaba
completamente despierto. Cientos de voces comenzaron a reclamarme en un idioma
completamente incomprensible. Sin orden, sin piedad y sin descanso me llamaban
una y otra vez. Tape mis oídos con fuerza intentando callarlas, pero no hubo
caso. Era como si el sonido no entrara por mis oídos (después comprendí que
efectivamente, no lo hacia). Las voces se unificaron en una misma pesada
cortina de ruido blanco. Una mezcla entre el sonido de la estática y el rezo de
los monjes tibetanos. Esto, lejos de alivianar la carga auditiva la hizo más
pesada. Se convirtió en una masa que parecía aplastarme contra la cama. Cerré
mis ojos. Sentía que la cabeza se me partía. Me retorcí en la cama, gire, di
vueltas y patalee frenéticamente. Pero hiciera lo que hiciera, el dolor solo se
intensificaba a medida que las voces me aplastaban. En un momento, haciendo un
importante esfuerzo, abrí los ojos y pude ver como las sombras, unidas en una
sola especie de serpiente o gusano, empujaban la pared frente a mi cama. Era
como si lograran estirarla. Como si la misma fuera solo una fina goma que cedía
ante la presión del rezo de las sombras. El gusano continuo acercándose hasta
estar, ya, muy cerca de mi pálido rostro. Una inmensa boca sin dientes, pero
igualmente aterradora, se abrió amenazante a centímetros de mis ojos. Estaba
indefenso, entregado. ¿Que podía hacer un niño de ocho años ante una cosa
semejante?
....
Continua
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