lunes, 7 de noviembre de 2011

Un cielo sin nubes


     ––Son… o eran, mejor dicho, como algodones gigantes que flotaban en el cielo ––Empezó uno de los viejos sentados en la plaza jugando al Ajedrez. Su comentario, sin embargo, no iba dirigido a los otros viejos. Ellos ya se sabían de memoria sus historias y francamente,  estaban bastante cansados de ellas. El comentario del viejo iba dirigido a una pareja de jóvenes que estaban sentados a pocos metros, en plan de una cita romántica que no terminaba de ir del todo bien. Ambos jóvenes conversaban, frente a frente, sentados en uno de los nuevos bancos con diseño retro, pintado como si fuera de cemento. Desde hacia años que los bancos de cemento habían sido removido de todas las plazas. Reemplazados por nuevos bancos metálicos. Luego, con la llegada del nuevo gobierno del 37, se promovió el plan de recuperar aspectos más clásicos en las plazas. Se instalaron los pastos artificiales en casi todas las plazas, se acondicionaron los bancos; incluso se importo arena para algunas plazas.
     –– ¿Perdón? ––Preguntó finalmente Gonzalo, desconcertado por el comentario del viejo.
     ––Las nubes ––Acoto el viejo ––. Eso que están buscando en el cielo, y no sabes bien que es, pero estas seguro que le falta. Son nubes.
     –– ¡Algodones gigantes! ––Comento otro viejo en tono de burla, cortando el momento tenso, y el resto del clan se echo a reír con ganas, como quien no se cansa de escuchar un viejo chiste.

Tanto Gonzalo como la chica, Maria, estaban desconcertados. Nunca había escuchado aquella palabra. Nubes. Mucho menos, claro, de algodones gigantes flotando en el cielo. Pero el viejo, tenía más teorías al respecto.
      ––La lluvia ––Continuó ––no era para limpiar las calles, como ahora. Era un proceso natural. El agua se producía por la acumulación de humedad del aire e iba llenado las nubes, hasta que finalmente empezaban a llorar. Entonces caiga agua por todos lados.
Gonzalo no acoto ni comento nada. Maria volvió a mirar el cielo, intentando imaginar como ser vería un copo gigante de algodón allí arriba, flotando por su cuenta. ¿Quién lo habría colgado allí en primer lugar? ¿Por qué? ¿Cómo era capaz de ponerse triste y llorar un pedazo gigante de algodón? ¿Cómo controlar cuando era el momento de limpiar la ciudad si dependíamos de los estados emocionales de un pedazo de algodón volador?
Por su parte, el grupo de viejos que acompañaba al extraño interlocutor, también parecía tener sus dudas sobre el relato. Pero, a diferencia de los chicos, se limitaban a tomarlo en gracia y se reían descaradamente en su cara con cada comentario.
      ––Claro que yo mismo nunca vi a una nube llorar…––confesó el viejo, con un dejo de vergüenza en su voz ––pero esto me lo contaba siempre mi abuelo.
–– ¿Desde entonces, han sido felices siempre? ––Pregunto burlonamente el otro
viejo, antes de comenzar a reír con una risa mancarrona que evidenciaba años de cigarrillos y hasta tal vez una operación de corazón.
      –– ¿Y que paso entonces con las… nubes? ––Pregunto Maria, interesada, cortando así la cadena de burlas que le propinaban al pobre viejo.
      ––Fue una de esas cosas que los gobiernos nunca dicen, realmente. Por lo que me contó mi abuelo, en su momento, tampoco fue culpa nuestra realmente. Un guerra comercial empezó entre EEUU y los Alemanes y Franceses, Allá por el año 2014. Los rusos y los Japoneses se metieron donde nadie los llamo y un buen día, sin aviso y sin mas; se despacharon un ráfaga de misiles nucleares.
      ––si, por supuesto, leí sobre esto en la escuela. ––Interrumpió Gonzalo. ––Las bases nucleares de la mayoría de los países quedaron inutilizadas. La humanidad fue reducida a un 23 % del total, pero…
      ––Pero no termina ahí la historia. Veras, los bombardeos fueron terribles, si. Y muchísima gente quedo atrapada en el fuego cruzado. Pero eso no fue todo. Eso es lo que el gobierno quiso hacernos creer. Lo que todos los gobiernos, no han hecho creer, ¡al igual que este!
      ––Otra vez con las teorías de conspiración… ––Volvió a interrumpir su oponente de ajedrez, esta vez con un tono, evidente, de cansancio.
      –– ¡Solo porque vos quieras vivir con los ojos cerrados, no significa que todos tengamos que hacer lo mismo! ––Lo reto el viejo. Hubo un breve silencio en la plaza. Como si el mundo se hubiera detenido un instante a considerar lo que el viejo estaba proponiendo. Entonces, los demás volvieron a reírse burlonamente del viejo y el planeta se dispuso a seguir girando como si nada.
El viejo, chistó para sus adentros. Tragándose su impulso instintivo de continuar discutiendo. Como si fuera un disputa antiquísima que nunca termina, en la que nunca parecía poder ganar.
      ––En fin… ––dijo, disponiéndose a continuar con su relato ––La mayoría de las toxinas fueron a parar al cielo y este se achicharro completamente. El celeste característico fue reemplazado por una tonalidad amarilla, con una densa niebla que parecía cubrirlo todo.
Gonzalo hizo un ademán de interrumpir al viejo, pero la expresión de Maria lo hizo contenerse. Estaba completamente concentrada en la historia del viejo y temía enfadarla si volvía a interrumpirlo. Jamás había escuchado sobre el un cielo amarillento y grisáceo en la escuela. Opto, sin embargo, por no decir nada y esperar que su relato se encamine solo.
      ––Pero el problema es que, aquella niebla gris y sucia no era niebla. Ni siquiera sabíamos exactamente que era. Solo que provenía de los residuos químicos de las bombas que fueron detonadas en el cielo. La niebla, llamémosla así, como era de esperar era toxica. Letal para cualquier ser vivo del planeta. Así pasamos de quedar solo el 48% de la población al 12%. Ese escaso puñado de refugiados sin techo ni futuro, era lo único que quedaba de la soberbia especie que una vez domino el planeta. Planeta que acabamos de hacer mierda nosotros mismos. ¿Quién sino?
     ––Cuando empezó el año 2095, yo ya tenía unos 15 años, todos los gobiernos en simultáneo, comenzaron un plan de repatriación de los habitantes. Fuimos llevados a diferentes bases, ubicadas en puntos estrategias del planeta. Y allí comenzamos el proceso de desintoxicación química, del que habrás leído en la escuela.
Maria asintió en silencio, mientras Gonzalo pensaba aliviado, que la historia del viejo, por fin se alineaba con la realidad. Un poco desvariada, nada más pensó. Como una versión libre de algunos espacios históricos de los que no queda mucha gente para poder discutirle. No tiene nada de malo.
     ––Pero el proceso, nunca termino. La gran salida al planeta, curado, del 112; nunca ocurrió. Fuimos llevados a estaciones subterráneas construidas por los japoneses. Diseñadas para parecerse a la superficie pero, totalmente artificiales. Prácticamente perfectas. De no ser por un detalle: no hay nubes.
Zas! Pensó Gonzalo. Venia tan bien, y de repente, sale con la clásica historia de conspiración de las todas las películas.
Los demás viejos volvieron a estallar en risas. Era el final que conocían del cuento, el remate más gracioso de toda la historia. En parte por su cliché sobre las conspiración, en parte por lo apresurado del mismo… y un poco también, por la emoción con la que el pobre viejo lo contaba.  El anciano, finalmente se callo definitivamente. Si no había logrado convencer a los jóvenes para esta altura, no había caso. Una sombra de tristeza, mezclada con la resignación de quien ha naufragada en una isla desierta y comienza a comprender que nunca lo rescataran; invadió la cara del viejo.
Por primera vez desde que comenzó su relato, el viejo le quito los ojos de encima a Maria y los volvió a su abandonado juego de ajedrez. Lo que encontró allí, no le hizo ninguna gracia. Aprovechando su descuido, su oponente había jugado por él y su situación era crítica.
Gonzalo nota a Maria reflexiva y algo conflictuada con la historia del viejo y le propuso caminar con la excusa de estirar las piernas y objetivo real de sacarla del transe. Cuando habían hecho menos de diez pasos una duda invadió Maria, quien se volvió hacia el viejo y le pregunto:
       –– ¿Si las estas nubles
       ––Nubes ––lo corrigió el viejo sin volverse a mirarlo.
       ––Nubes…––repitió la chica. ––Si estas nubes, entonces, son el único defecto que hace imperfecta a esta ilusión o falsa realidad; ¿entonces porque no ponen unas nubes falsas?
El viejo interrumpió el movimiento que estaba por hacer. La inquietud de la muchacha era validad, por supuesto. Pero era más que eso. Era el hecho de que tuviera la inquietud lo que ilusiono al cansado anciano. Su pregunta evidenciaba una duda. Algo de todo lo que le había contado, había llegado hasta ella.
       ––Porque esta ilusión no tiene un microclima natural. No hay viento, sino maquinas que generan aire. No hay lluvia. Solo dispensores de agua en lo alto. Muy alto. Como para que no podamos verlos. Este cielo. Celeste, Naranja, Rojizo o Negro, depende la hora; es solo una proyección plana. Y las nubes no son planas. Estaban vivas. Entre nosotros y el cielo. Y eso no hay forma de reproducirlo. 

Maria no contesto. Gonzalo se limito a soltar un suspiro que, en el mejor de los casos, le otorgaba al viejo un 6 por su esfuerzo. Pero no más. Ambos se dieron media vuelta y se echaron a andar, sin rumbo definido. El viejo, desalentado, se volvió a concentrarse en su juego de Ajedrez, completamente condenado. Gonzalo cruza la enorme plaza, pensando en que nunca había escuchado algo tan ridículo en su vida. Le concedió al viejo, si, que si las nubes efectivamente eran como las describía, seria difícil reproducirlas. Maria se volvió al cielo celeste y amplio una vez más y le pregunto a Gonzalo si no lo inquietaba lo que les había dicho el viejo.
       ––Sinceramente no me lo acabo de creer ––le contesto el chico.
       ––Bueno a mi me asusta un poco, sinceramente. ––Dijo ella. ––Si fuera así… Lo que significaría… Quiero decir, si las nubes eran existieron, y eran como las describía el anciano ese; entonces…
Maria callo. No podía articular con palabras la sensación de vacío y desolación que estaba experimentando. Era como si de repente alguien le hubiera abierto los ojos, solo para hacerla mirar hacia una luz cegadora impiadosa.
       ––No te preocupes. ––Dijo Gonzalo. ––Si te hace sentir mejor… yo te voy a conseguir una nube.
       –– ¿Ah si? ––Pregunto divertida ella.
       ––Si.
       –– ¿y de donde vas a sacar una nube?
       ––Bueno… ya me las voy a arreglar, por eso no te preocupes. Si te hace sentir mejor, te consigo una nube. Lo unico que, si, no se donde vas a ponerla…
       ––Por ahí me parece que estaría bien ––Dijo ella, señalando un punto celeste en el medio del cielo inmenso de esa tarde de verano.
Gonzalo asintió, concediéndole que era un buen lugar. Se miraron y por fin se besaron. Luego de unos momentos, abrazados dulcemente, siguieron camino satisfechos y convencidos de que ahora todo estaría mejor. Arriba, sobre sus cabezas, el cielo tintineo como un televisor que reajusta su señal de cable durante unos segundos y luego se normalizó.

No hay comentarios:

Publicar un comentario