lunes, 11 de abril de 2011

Había una vez… y la puta que te parió!

Llovía. Bah, “llovía”… Se había cansado de llover el cielo ya. Garuaba en la noche del buenos aires que todavía no había visto nacer el 1980 siquiera. La calle era una mar de autos estancados. Ninguno se movía.
Él bajo la ventanilla y se prendió un cigarrillo. Algunas gotas, le golpeaban la cara de la misma manera que el golpeaba las teclas de su vieja máquina de escribir. Noche tras noche, mientras miraba a esa misma lluvia caer.

Miro a su izquierda y la vió.

Ella iba en el asiento trasero de un taxi que tampoco iba a ningún lado, de la mano contraria. Tenía la ventanilla completamente abierta y con los ojos cerrados (y una sonrisa que nunca más olvidaría) disfrutaba de la lluvia que el empapaba el rostro.

Sus ojos no se apartaron de ella ni un momento. Siguió cada gota que tras suicidarse contra su rostro, caía rendida dibujando sus facciones.

Entonces ella abrió sus ojos y lo vió. Se sonrieron.

Fue solo un momento. De esos que duran para siempre. El taxi arrancó y ella se perdió con él. Pero el destino querría que volvieran a encontrarse. Tal vez se reconocerían, tal vez no. Pero en el fondo los dos lo sabrían. Era el mismo amor, la misma lluvia.

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