Varias veces en la vida uno se siente perdido. Perdido en el sentido de no entender que paso, como llego uno a ese lugar, como y cuando cambiaron tanto las cosas. Un momento uno se siente superior, seguro,” en control de la situación”, y al otro… totalmente desconcertado.
La perspectiva es una cosa curiosa. Nunca se tiene cuando se la necesita, realmente. Es un don al que se puede acceder cuando no nos sirve para nada práctico o activo en ese momento. Solo para reflexionar sobre hechos pasados.
Y sin embargo, es tan importante.
Un buen día, cuando uno menos se los espera (desde el plano consiente, obvio) algo pareciera que hace “clic” y comprendemos cosas que antes nos resultaban inexplicables.
¿Qué paso?
¿Qué cambio?
Tomamos distancia. Vivimos otras cosas. Adquirimos la perspectiva necesaria para reflexionar sobre lo pasado.
Maduramos.
Entonces, y solo entonces, las reacciones que obtuvimos, por las acciones que tomamos, tienen sentido. Algunas cosas dejan de ser tan dramáticamente graves o definitivas. Muchos “Nunca jamás” se convierten en “no sé, eh”. Y nos sentimos bien con nosotros mismos. Y nos odiamos al mismo tiempo.
Es como ingresar a un club exclusivo al que no habíamos podido ingresar antes. Todos los que están afuera no podrán jamás entendernos. Y todos los que están adentro no necesitan decir nada. Sin palabras juramos mantener el silencioso secreto de pertenencia que será la reja que servirá para marcar donde terminan ellos y donde empezamos nosotros. Los sabios.
Alguna vez que otra, rompemos el juramento, pero es inútil. No pueden entender nuestras palabras de sabiduría. Suspiramos y maldecimos nuestra superioridad, chapoteando en egoísmo puro. Sin embargo es verdad. El club exclusivo, comienza a sentirse como un frio aislamiento del resto. “Algún día, cuando seas más grande, me vas a entender” nos limitamos a decir. Ellos se burlan. No entienden o no quieren entender. Se ven felices. Como si ellos fueran los que están del otro lado de la reja. Y lo están.
¿Bendita es la ignorancia? ¿Cómo pueden sonreír? ¿Cómo pueden dormir? ¿Cómo pueden vivir consigo mismos a sabiendas de que hay un estado mental superior al que no han podido acceder todavía?
Entonces un frio recorre nuestra espalda. Lentamente volteamos la cabeza y allí, donde inexplicablemente nunca antes habíamos mirado… esta la reja. No la reja. LA reja. La OTRA reja. La que nos separa de ellos. Los verdaderamente superiores. Los que alcanzaron el siguiente nivel. Los otros. Y nosotros acá. Regocijándonos en nuestra supuesta superioridad. De allí venían las sonrisas de aquellos. Ellos Sabían. Eran conscientes que había alguien superior a nosotros.
Pero entonces una reflexión nos invade. ¿Son los otros los verdaderamente superiores? Esa sensación nos suena conocida y en nuestra nueva humildad, producto de sentir que nos bajaron de un hondazo de la cima del monte olimpo, reflexionamos que hemos madurado. Y que al mismo tiempo. Nos falta madurar. A todos.
Entonces se hace obvio.
No hay rejas.
No hay barreras. Solo distintos tiempos. ¿Entonces por qué no sonreír, por qué no dormir?
¿Por qué no podría ser capaz de vivir conmigo mismo? Mi grado de madurez. Tan superior y tan inferior al mismo tiempo, llego a una conclusión:
Si la vida es un viaje y se accede a cada etapa a su debido momento….
Entonces…
Estoy exactamente donde se supone que debo estar.
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