Es interesante como este ritual, sencillo y diminuto, es capaz de extraer de nosotros, de nuestras vidas (la esencia de lo finito); palabras.
Pinceladas de letras, ahora significantes.
Inmortalizadas.
Inmortalizadas.
Eternas.
Es gracioso.
Una vez que están ahí afuera, expresadas, quedan solas. Desnudas y puras.
Nos han dejado.
Ya no nos pertenecen.
Nos son ajenas.
Ahora existen por su propio medio.
Y nosotros, a través de una vidriera tecnológica las miramos.
Eternas.
Inalterables.
Es irónico.
Nosotros, aquellos que van a morir, las saludamos.
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